Tiene la ciencia la verdad ultima?

El objetivo de la ciencia, es llegar a la verdad sin recurrir a ningún sistema de creencias o moral. La ciencia pretende ir más allá del desorden mental que generan los juicios de valores. La premisa aquí es que la naturaleza no tiene una dimensión moral y que el objetivo de la ciencia es describir la naturaleza de la mejor manera posible, para llegar, si es acaso posible a lo que podríamos llamar la “verdad absoluta”. Este enfoque asume que es posible (al menos en principio) eliminar las complicaciones humanas de la ecuación y tener una visión absolutamente objetiva del mundo. Sin embargo, esta es una tarea difícil.

Es tentador creer que la ciencia es el mejor camino hacia la verdad porque, en un grado espectacular, la ciencia ha triunfado en muchos niveles. Confíanos en la conducción de un auto porque funcionan las leyes de la mecánica y la termodinámica. Los científicos e ingenieros de la NASA acaban de lograr que el el helicóptero Ingenuity, el primer dispositivo hecho por el hombre que sobrevuela otro planeta, se eleve por sí solo sobre la superficie marciana. Podemos usar las leyes de la física para describir los resultados de innumerables experimentos con sorprendentes niveles de precisión, desde las propiedades magnéticas de los materiales hasta la posición de su automóvil en el tráfico usando localizadores GPS.

En este sentido restringido, la ciencia sin lugar a dudas dice la verdad. Puede que no sea la verdad absoluta sobre la naturaleza, pero ciertamente es una especie de verdad pragmática y funcional a la que la comunidad científica llega por consenso sobre la base de la prueba compartida de hipótesis y resultados. Así pues, la ciencia llega a lo que podemos llamar una “verdad funcional”, es decir, se enfoca en crear un modelo que describe con la mayor precisión posible lo que ocurre en la naturaleza y en algunos casos arriesga una hipótesis explicativa de lo que ocurre.

Tomemos el ejemplo de la gravedad. Sabemos con precisión como opera. Sabemos que un objeto en caída libre chocará contra el suelo y podemos calcular cuándo lo hará utilizando la leyes de la física. Si dejamos caer un millón de piedras desde la misma altura, se aplicará siempre la misma ley, lo que corrobora la aceptación fáctica de una verdad funcional, la de que todos los objetos caen al suelo (en la Tierra) a la misma velocidad independientemente de su masa (en ausencia de fricción).

Esto ilustra cómo la comunidad científica llega a un consenso sobre lo que es cierto mediante la aceptación. Las pruebas fácticas suficientes apoyan que una afirmación es verdadera. Obsérvese que lo que define las pruebas fácticas suficientes también se acepta por consenso. Al menos hasta que sepamos más.

Pero, ¿Qué pasa si nos preguntamos “qué es exactamente la gravedad”? Esa es una pregunta ontológica sobre lo que es la gravedad y no sobre lo que hace. Y aquí las cosas se ponen más complicadas. Para Galileo era una aceleración hacia abajo; para Newton una fuerza entre dos o más cuerpos masivos inversamente proporcional al cuadrado de la distancia entre ellos y para Einstein es la fuerza que genera el movimiento acelerado a través del espacio-tiempo curvado por la presencia de masa y/o energía. ¿Tiene Einstein la última palabra? No podemos asegurarlo.

Las verdades científicas finales o absolutas suponen que lo que conocemos de la naturaleza puede ser definitivo, que el conocimiento humano puede hacer proclamaciones absolutas. Pero no estamos seguros si acaso esto sea posible, ya que la propia naturaleza del conocimiento científico es que es incompleto y está supeditado a la precisión y profundidad con la que medimos la naturaleza con nuestros instrumentos. Cuanto más exactitud y profundidad adquieren nuestras mediciones, más pueden exponer las grietas de nuestras teorías actuales.

Así pues, debemos estar de acuerdo con Demócrito, que ya en el 400 A.C. decía que la verdad está efectivamente en las profundidades y que no hay que confiar en las proclamaciones de verdades finales o absolutas, ni siquiera en la ciencia. Afortunadamente, para la mayoría de los fines prácticos, como volar aviones o naves espaciales, medir las propiedades de una partícula, los índices de las reacciones químicas, la eficacia de las vacunas o el flujo sanguíneo en el cerebro, las verdades científicas funcionales son suficientes.

Como conclusión, parecería que no existe forma de estar seguros de haber llegado a una “verdad absoluta” definitiva. Puede que esto incluso no sea posible. Pero esto no sólo es cierto para la ciencia, es cierto para cualquier procedimiento imaginable. Las verdades funcionales representan el mejor esfuerzo de acercarnos lo mas posible a las verdades absolutas y la ciencia ha demostrado ser la forma más exitosa de hacerlo. Esto es así porque las verdades funcionales científicas se acuerdan mediante pruebas fácticas, mientras que la mayoría de las demás “verdades” se basan en sistemas de creencias sin consenso y que no pueden demostrarse.

Does science tell the truth? – Big Think