Hugh Everett, 1957

Tenemos, entonces, una teoría que es objetivamente causal y continua, mientras que al mismo tiempo es subjetivamente probabilística y discontinua. Puede reclamar cierta completitud, ya que se aplica a todos los sistemas, de cualquier tamaño, y todavía es capaz de explicar la apariencia del mundo macroscópico. Sin embargo, el precio que debemos pagar es el abandono del concepto de la unicidad del observador, con las implicaciones filosóficas desconcertantes que esto implica.